lunes, enero 17, 2005

DOSSIER POP CATALÁN


Marine de Josep Mimó.


Revisión de una estética que combinó elitismo y cultura de masas. Que fue metáfora de una manera de ser: creativa, moderna, ligera... y con una cierta impostura.

Recopilación de textos publicados en La Vanguardia el 7 de enero
y el 22 de diciembre de 2004.



EL POP CATALÁN: UNA EDAD DE ORO



Era elitista en la actitud, pero popular en sus formas, o al revés;
Terenci Moix y Jon Perucho fueron sus adalides.
Ahora se vuelve la mirada a aquellos años de agitación.
¿Maravillosos?



El pop siempre sintió la atracción del vacío. Fascinados por la eterna juventud, sus seguidores no entendían que Terence Stamp pudiera hacerse viejo. La corrupción de este mundo de fantasía era como la consumición que se paga con la entrada.

Hará cosa de seis años tuve una experiencia importante en este sentido. Preparábamos la exposición El Món De Joan Perucho. L'art De Tancar Els Ulls. Fuimos a visitar a Oriol Maspons en la calle Santa Àgata, en el taller diseñado por Óscar Tusquets. Era un escenario magnífico, unos bajos en el barrio de Gràcia, habilitados para albergar un estudio de fotografía publicitaria, con varias cámaras de revelado, y el plató donde Maspons + Ubiña retrataban a las modelos que yo, de pequeño, veía en los anuncios y en las páginas de Gaceta ilustrada. Con sus paredes blancas y sus marcos de madera, recordaba el estudio de John Cowan, donde se filmó Blow-Up.

Cuando lo visité, las pilas de revelado no se utilizaban y todo el estudio estaba lleno de cachivaches. Fue como una premonición. El año en que murió Terenci, el pop forma ya parte de nuestras ruinas. Y mientras las fotos de la gauche divine reaparecen periódicamente tocadas por el halo de una inmerecida longevidad, los fondos rasgados, los focos polvorientos provocan una sensación de extrañeza inquietante.

El pop catalán fue un movimiento artístico fugaz. Joan Perucho y Alexandre Cirici lo glosaron desde las páginas de Destino y Serra d'Or, con motivo de la exposición Galí-Porta-Fried de la Galeria René Metras, a propósito de la irrupción de Silvia Gubern y Àngel Jové, del trabajo de los Equipos Crónica y Realitat. Primera contradicción: lo que para Perucho –siguiendo las teorías de Mario Amaya en Pop As Art: A Survey Of The New Superrealism– era un “neodadaismo de elite”, que representaba una ruptura con el arte comprometido, para Cirici era un arte rebelde y contestatario, que subvertía las estéticas banales y los clisés.

Del arte, el pop pasó a la literatura y al cine. Algunos de los mejores momentos de la escuela de Barcelona participan de su espíritu: Dante No Es Unicamente Severo, de Jacinto Esteva y Joaquín Jordá, con las imágenes de las modelos en la Devesa de Girona, la enorme cartelera de anuncios y las filmaciones de la fórmula 1 en Montjuïc. La Muerte En Beverlly Hills, de Pere Gimferrer; Así Se Fundó Carnaby Street, de Leopoldo María Panero; De Cuerpo Presente y Gorila En Hollywood, de Gonzalo Suárez, entrecruzan referentes de la cultura de masas, paisajes de cine y personajes de cómic. Cada cual saca partido a su manera de estos elementos.

Mientras Perucho combina monstruos y eruditos en relatos de una alegría efervescente, Gimferrer recrea escenas policiacas en un clima de nostalgia inducida, Suárez consigue una “dispersión de mosaico” que rompe las fronteras entre realidad y ficción. Con la aparición de Terenci, el pop literario adopta su forma más terminada: una algarabía descarada, provocativa y kitsch.

Nada de todo esto existiría sin la prosperidad económica que provocó una primera explosión de hedonismo. Fotógrafos, publicitarios, arquitectos e interioristas son los protagonistas de la nueva situación. De sus lápices y cámaras surgen imágenes inauditas, sugerentes, fantásticas o eróticas. La publicidad crea la panoplia del hombre moderno (automóviles, “panties”, calcetines, tabaco emboquillado, botellines de agua tónica), mientras que la ilustración deriva hacia la fantasía (con la experiencia del ácido que Enric Sió reproduce en Aghardi).

En este contexto nace un nuevo tipo de empresario, Hugh Hefner, Mr. Playboy, que en su versión local (Oriol Regàs) impulsa las matinales de música progresiva y paga de su bolsillo el disco Licors, del descastado Pau Riba.

El pop representa la entrada de modelos foráneos, es en cierta forma una manifestación de colonialismo cultural. Pero al mismo tiempo genera una versión típicamente local. Con el impulso del empresario Ermengol Passola, se crean los sellos discográficos Edigsa y Concentric, la Cova del Drac abre sus puertas como cabaret literario, con el Drac Store como boutique para las “minorías mayoritarias”.

Nace la conciencia de que, si la cultura catalana ha de recuperar su presencia en la sociedad, debe actualizar sus referentes. Salen a la venta discos de 45 rpm, se encuñan gadgets y revistas como Oriflama y Tele-estel adoptan las formas exteriores de la nueva estética. El pop se integra en un proyecto de la burguesía catalanista para conectar con la juventud. Aunque después jóvenes como Joan de Sagarra conviertan a la “cultureta” en uno de sus blancos preferidos o Pau Riba se largue a Formentera con un sonoro portazo en las narices del abuelo poeta.

El proyecto cultural de las vanguardias politizadas se arrima a la cultura de masas para conseguir el mayor impacto. Una exposición que presenta en Liverpool sirve de modelo a Joaquim Molas para un programa que, como el del modernismo popular, abarca todos los campos: de La Cua De Palla” a la canción y el cuplé, de El Día Que Va Morir Marilyn a las viñetas de Cesc.

Desde la editorial Táber, Perucho replica con guasa (el libro de Néstor Luján Viaje A Francia aparece con una vitola provocativa: “Los vinos, la historia y la gastronomía de Francia vistos por el escritor más comprometido del momento”). Fascinado por las ediciones de Jean-Jacques Pauvert y Eric Losfeld, recupera folletines (como director literario de Táber publica El Monje y Los Misterios De Londres) y confecciona álbumes con las imágenes abarrocadas de Josep Maria Junoy y Francesc Labarta del Papitu, que en 1968 conectaban con las más modernas creaciones de los diseñadores de modas, de los peluqueros, de los estilistas de películas como Camelot o Modesty Blaise.

Visto a distancia, el pop catalán funciona como una metáfora de nuestra más profunda manera de ser, esteticista, aparatosamente moderna, pero sin fundamento, que nos hace tan vulnerables a fantasías florales e imágenes de arabesco. Catalanismo y progresismo, derechas e izquierdas, se apropian este mundo de formas para crear una ilusión que el tiempo se encargará de disolver. El tiempo, petrificado en el estudio de Oriol Maspons, en la calle Santa Àgata, como un rígido recordatorio de los quince minutos de fama.


JULIÀ GUILLAMON



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LA DÉCADA ICÓNICA


Un patio de recreo generacional.
Aquellos años han sido los más creativos
de la cultura de masas barcelonesa hasta el presente.



Una vez le dije a Terenci Moix, en un mano a mano en la revista Fotogramas, que los felices sesenta habían sido un poco como los happy twenties de nuestros abuelos. Y Joan Manuel Serrat dijo en alguna parte que fue el rato de recreo que nos tocó vivir en el espartano colegio franquista.

Puedo escribir todo esto con la tranquilidad de saber que una profesora norteamericana está escribiendo ahora mismo una tesis doctoral sobre la gauche divine barcelonesa, que puntualizará todo esto con la debida erudición académica.

Fue en el umbral del tardofranquismo, cuando el ministro Alfredo Sánchez Bella canceló aquel patio de recreo generacional, cuando marché en mayo de 1971 a Estados Unidos, con una beca para el Instituto Tecnológico de Massachusetts. En mi cena de despedida se reunió en Can Culleretes toda la espuma de la gauche divine, con sus acólitos sudamericanos (como Mario Vargas Llosa), y que Colita inmortalizó con su cámara. Fue, según Terenci, el último acto oficial de aquel club elitista que prescindió de los carnets de socio.

En Estados Unidos encontré la matriz original de aquella cultura hedonista, cuyos efluvios llegaban hasta Barcelona, con Andy Warhol, Jonas Mekas y el cine underground, con los cuadros de Roy Lichtenstein y los sones de los Bee Gees.

Pero nuestro referente barcelonés había sido más bien el eje Londres-Milán, con fetiches como Carnaby Street, la minifaldera Mary Quant, los Beatles o la revista de cómics Linus, que dirigía Oreste del Buono y en la que colaboró nuestro internacional Enric Sió.

Como puede verse, fue una década muy icónica, en la que floreció esplendorosamente la fotografía (con nuestros excelentes Miserachs, Maspons y Pomés), la publicidad gráfica y la moda.

En Barcelona se cerró la demasiado larga posguerra y se entró en la modernidad de la mano del consumismo y de la apertura controlada por Manuel Fraga Iribarne, hoy demócrata de toda la vida. Teníamos sobre Madrid la ventaja de que Perpiñán estaba a un tiro de piedra, para saciar nuestra sed cinéfila.

Antes de que Umberto Eco nos ofreciese Apocalípticos E Integrados Ante La Cultura De Masas, convertido inmediatamente en biblia generacional, Terenci nos había ofrecido un casero pero impagable Los Comics. Arte Para El Consumo Y Formas Pop, cuyas galeradas corregimos juntos en el Café Oro del Rhin. Eco nos llegó junto con Gillo Dorfles, al tiempo que descubríamos el estructuralismo y la semiótica.

Todo este batiburrillo cultural encontró cobijo en la escuela Eina, diseñada intelectualmente, si así puede decirse, por nuestro titanesco Alexandre Cirici Pellicer. Allí funcionó un seminario de Estética por el que pasó desde Lucien Goldmann hasta Manolo Sacristán.

Fruto de aquel clima nació una revista hoy inencontrable, La Mosca, cuyos ocho números constituyen el mejor escaparate intelectual de aquellos días y aquellas noches bulliciosas. En sus páginas escribieron Josep Maria Castellet, Gabriel Ferrater, Julio Cortázar, Félix de Azúa, Juan Benet, Albert Ràfols Casamada, J.V. Foix, Vázquez Montalbán, Herralde...

Los arquitectos constituían también un clan poderoso, cuando ya se estaba incubando la posmodernidad. Una noche escuché en Bocaccio a Federico Correa su deseo de tener una larga charla con Eugenio Trías, para que le explicase si era neokantiano, hegeliano o positivista sin saberlo. Es decir, buscaba su propia etiqueta filosófica.

Óscar Tusquets hizo traducir un libro clave de la posmodernidad, Aprendiendo De Las Vegas, de Robert Venturi y Denise Scott Brown, que tuvo su contrapunto racionalista en Contra Una Arquitectura Adjetivada”, de Oriol Bohigas.

Esta Escuela de Barcelona arquitectónica ha resultado a la postre más influyente y perdurable que la contemporánea Escuela de Barcelona en el campo del cine, con Joaquín Jordá, Carlos Durán, Jacinto Esteva, Portabella y otros.

He sido criticado por afirmar públicamente que aquellos años de final de década fueron los más creativos de la cultura de masas barcelonesa, incluyendo los de nuestra reciente democracia. A veces las dificultades agudizan el ingenio y tal vez cada generación tiene una década dorada distinta, determinada por su edad biológica. Yo la viví a caballo de Estados Unidos, donde seguí con felicidad la larga agonía del general Franco. En California la cultura pop era tan real, que sus imitaciones europeas parecían hechas de cartón piedra. Los Ángeles tiene incluso su Venecia particular en miniatura, que puede medirse con nuestro Pueblo Español. Cuando le pregunté a Terenci qué le había parecido Disneylandia, me contestó que si se dejaba el espíritu crítico en la puerta de entrada, era una verdadera maravilla.

La cultura pop –las sirenas de Disneylandia carecen de pezones– es un verdadero ensueño para adolescentes profesionalizados, que prefieren el engaño de los paraísos artificiales, como también los prefería Baudelaire, en otro contexto bien distinto.

En Barcelona nos llegó de golpe la modernidad, el consumismo y la cultura pop, después de muchos años de austeridad impuesta. Se mezcló con la nova cançó y el videoarte, con las primeras meditaciones budistas y la píldora anticonceptiva, con el culto a Godard y los Rolling Stones, con el barcelonés ocasional García Márquez y la voz de Guillermina Motta. Un amasijo muy entrañable que los miembros de mi generación, mecidos entre el Zeleste (la Z procedió de un garabato del hijo de mi hermana Silvia) y el Bocaccio, no podrán jamás olvidar. Serrat llevaba razón: un efímero patio de recreo antes del pitido del profesor llamando al orden.


ROMÁN GUBERN


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DE GRAMSCI A CHARLIE BROWN



Catedrático de Literatura Catalana, y teórico del realismo histórico, Joaquim Molas llegó al pop a través de la recuperación de los referentes de la infancia, combinada con Gramsci y su proyecto de una cultura nacional-popular.

Molas se dio cuenta de que los grandes programas han descuidado las necesidades individuales. El texto que escribió para el disco de Guillermina Motta ¡Visca l'Amor! (1968) es muy sintomático. Señala que “la revolta contra el món (...) ha posat tot l'èmfasi en les falles d'estructura, i diria que per error de mètode, ha deixat massa de banda els problemes estrictament personals”. Y más adelante: “No podem amplificar uns problemes i sacrificar els altres, perquè només aconseguirem l'autèntic alliberament de l'home quan arribarem a establir un perfecte equilibri entre les raons de la col·lectivitat i les de l'individu”.

A partir de estas ideas, Molas se convierte en adalid del pop catalán: selecciona poemas para los discos de Guillermina Motta, presenta la versión en cómic del Tirant Lo Blanc de Enric Sió que se publicó en Oriflama y desempeña un papel decisivo en el lanzamiento de Terenci Moix.

Para mí el pop es la cultura de masas que incluye desde la publicidad y el cartelismo, hasta el cómic, el cine o la novela negra... De pronto todo esto lo asume la clase culta y lo convierte en una estética. Este fenómeno se produce aquí en torno a 1965 o 1966, cuando empiezan a llegar los libros de Dwignt Macdonald, Marshall McLuhan, Umberto Eco y Susan Sontag, y cuando el camarada Terenci trae a la cultura catalana la estética de Carnaby Street”.

La moda internacional conecta con las vivencias del chico que se ha criado en los cines de barrio, entre cromos y tebeos, y que a través del padre músico ha conocido el fervor popular por Gaudí, Apel·les Mestres o Enric Morera. “Hay muchos motivos que explican la fascinación por el modernismo: su espíritu crítico y regeneracionista, la oposición arte-sociedad, su vinculación con las vanguardias: la imaginación, la experimentación, el artificio. Si una columna puede parecer una palmera, ¿por qué debe parecer una columna? Man Ray y Dalí valoraron Gaudí y el ‘modern style’ en una época en que todo el mundo los despreciaba. Era una ruptura de fronteras entre el arte culto y el arte popular, que implicaba una transformación de la vida cotidiana”.

Molas no comprende el pop de los sesenta al margen de la novela por entregas, del diseño o de la canción. Conecta La Brivia (1902) de Apel·les Mestres, con la “mise en page” de Enric Sió, el Tirant Lo Blanc con Camelot (1967), la película protagonizada por Vanesa Redgreave, que causó sensación “por el vestuario y los peinados, el sentido mítico de la aventura y los ambientes refinadamente artificiales”.

A finales de los sesenta, Molas vive una segunda juventud junto a sus alumnos de los Estudis Universitaris Catalans y a un grupo de escritores noveles. “El grupo variaba según los días: estaban Terenci, Pepito Benet, Xavier Fàbregas, Montserrat Roig, las hermanas Eva y Blanca Serra, Jordi Castellanos.... Íbamos al cine o al teatro, al pub de Tuset, al Jazz Colón o al Drugstore del paseo de Gràcia. Los arquitectos, fotógrafos y publicitarios iban a Bocaccio. Nosotros, en cambio, éramos pobres”.

Terenci se convertiría en uno de los referentes del grupo. “Una de las cosas que se valoran es este mundo son los iconos, y Marilyn es uno de las más potentes. Aunque el mayor impacto fue ‘La Torre Dels Vicis Capitals’, porque introducía una nueva estética. Sherlock Holmes, Superman, Jodelle, Charlie Brown, el Barça son los iconos de este nuevo mundo. Edicions 62 traduce a Charlie Brown con gran éxito. Y más adelante es el momento de las revistas de humor y de retaguardia política. Porqué detrás de todo esto no sólo hay una base estética, también está la política”.

En El Sexe Dels Àngels”, Terenci describe a Ramon Barat (Joaquim Molas) y a Xavier Roldà (Josep Maria Castellet), discutiendo sobre la carga social de la novela Morir A Xangai. Roldà publica un artículo en Mantell (Serra d'Or) –“La generació del pop, l'in i el swinging irromp en el camp de les lletres catalanes”–, que presenta como una gran victoria de la izquierda. El pop, ¿fue un programa para conquistar un público mayoritario? “La voluntad de conquistar el público mayoritario es de los cincuenta, cuando Francesc de Borja Moll, Joan Ballester y Santiago Albertí montan la primera acción coordinada en favor del libro catalán. La novedad de los sesenta es la canción de protesta, el dinamismo del teatro independiente y la rivalidad entre Edicions 62 y Proa que por primera vez se plantea en términos industriales. Surge la idea de que el escritor puede vivir de sus libros. Baltasar Porcel, Terenci Moix o Montserrat Roig son hijos de este momento”.


JULIÀ GUILLAMON


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CARLES BARBA, REPARTIDOR DE IRONÍAS



La emisión en el 33 del programa Crònica d'Una Mirada” ha permitido descubrir a muchos la actividad cinematográfica, del amateurismo al “underground”, que tenía lugar en Catalunya durante los años sesenta y setenta.

Entre militantes clandestinos y vanguardistas incorruptibles, han asomado también cronistas singulares como Carles Barba (1929), cuya visión crítica de la Barcelona de los años sesenta repartía ironías por igual entre la gauche divine, el lumpen barriobajero y la burguesía más inmovilista.

Barba se esforzó por registrar la efervescente ciudad, en bellísimos planos, de un modo transversal, comprendiendo el mayor número posible de escenarios.

Lo que caracteriza sus películas son los corrosivos comentarios que acompañan las imágenes, frecuentemente en verso y zarandeando al espectador de la ciudad de los snobs a las chabolas de Can Tunis, sin olvidar a los poderosos. “El gobernador civil suple su poca simpatía con la delicada belleza de su mujer”, nos dice en Aspectos Y Personajes De Barcelona (1964).

Si bien sus dardos a las instituciones dejan claro su sentido independiente y afín a un “tiempo de inquietudes surgido de la juventud”, lo que hoy más nos llama la atención es su capacidad para reírse también de quienes protagonizaban ostensosamente la modernidad: pijitos asiduos a Bocaccio, artistas del “happening” y jóvenes modelos posando en minifalda sobre un vertedero. “Una virtud de las modelos es que no son nunca un modelo de virtudes”, escuchamos en Barcelona show (1967).

Barba presenta sus respetos a músicos, actores y artistas, pero carga las tintas contra la obviedad ye-yé en la que acusa la misma vanidad que detesta en la “high-life” del “upper-Diagonal”. Este ataque al disfraz del “moderno” da un vigor particular a su obra, ya que la evolución del “cool” nos ha conducido precisamente a una discreción formal que detesta toda alineación uniformada para imponer cierta opacidad que prevenga a los demás de formarse una opinión rápida sobre uno.

En este sentido, las distancias que Barba despeja con unos y otros no le sitúan en una neutralidad “inapropiada”, sino en un espacio de sentido común tan necesario como, en ocasiones, políticamente incorrecto.

La filmografía de Barba es extensa y al margen de su labor como observador de la fauna urbana, ha dedicado películas a Wagner, Richard Strauss, Praga o el mundo de la tercera edad. Las dificultades que hoy representa rodar en 16 milímetros le han empujado a iniciarse en el vídeo.


ANDRÉS HISPANO


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ARTE Y COSTUMBRES. IDEAS A TODO GAS




La catalana es una sociedad precoz. Tiene un sexto sentido para captar los movimientos sísmicos culturales y los absorbe con una naturalidad desprovista de retórica.

A lo largo del siglo XX los artistas catalanes asumieron y dieron voz propia a todas las corrientes internacionales en boga. Es precisamente por eso que ni el art nouveau, ni el racionalismo, ni el surrealismo, ni el informalismo, ni el pop art, ni el arte conceptual que practicaron fueron manifestaciones artísticas provincianas. En el resto del Estado, la mayoría de estos movimientos, si es que hasta allí llegaron, lo hicieron con retraso y fueron celebrados con clamor provinciano.

Si la pintura pop llegó a Catalunya con algunos minutos de retraso, cuando le tocó la hora de irse lo hizo con puntualidad británica. Murió en el año 1969 en el Jardí del Maduixer. En Madrid, la era del pop nació cuando aquí se había extinguido y se alargó de forma esperpéntica hasta la década de los ochenta.

La aparición de la pintura pop en Catalunya incidió en un conjunto de cambios sociales importantísimos que fueron más decisivos que los que habían propiciado el nacimiento del informalismo. El hecho de que la obra de algunos de sus artífices haya quedado eclipsada no es debido a la falta de calidad de su trabajo, sino a la falta de ansiedad egocéntrica de sus autores.

Los dos artistas que hicieron posible la aparición del pop art en Catalunya pertenecían a dos generaciones diferentes, pero ambos eran personas refinadas y de cultura exquisita. Estos dos artistas, alrededor de los cuales giró este movimiento, fueron Albert Ràfols-Casamada y Jordi Galí.

A finales del año 1963 Ràfols-Casamada incorporó el collage a su pintura y la emparentó con el trabajo de Robert Rauschenberg en EE.UU. En su intervención en el escaparate de El Corte Inglés en la plaza Catalunya y en sus exposiciones de la Galería Belarte, el público pudo apreciar hitos incuestionables. Ràfols-Casamada ejerció como profesor en la escuela de arte Elisava. Tuvo una relación tumultuosa con Silvia Gubern, una alumna de bandera, y como resultado de esa pasión nació la escuela Eina.

Gubern acabó casándose con Jordi Galí, un pintor que, como indiqué más arriba, pertenecía a una generación posterior a la de Ràfols-Casamada. Galí pertenecía asimismo a una familia de gran tradición cultural. Tenía una hermana de una belleza impactante, que era la mejor amiga de mi mejor amigo. Me estoy refiriendo a Beth Galí y Antoni Bernad.

Jordi Galí, con motivo de una exposición en la Galería Belarte, colocó en el escaparate de la sala los vestidos de su hermana, vestidos de colores psicodélicos con collares y pendientes de plástico que ella misma se había hecho. Jordi Galí había enganchado en sus cuadros páginas de la revista Elle y también unas gafas de marca Rayban. Sus pinturas, frescas y refinadas, entusiasmaron a todos los artistas de mi generación. Ganó el primer premio en el Salón de Mayo de aquel año y también el premio más importante de aquellos tiempos, el premio de pintura joven otorgado por la ciudad de Terrassa y que en años sucesivos ganarían Àngel Jové y Antoni Miralda. Galí expuso más tarde en la Galería René Métras junto con Albert Porta (un artista que con el tiempo se convirtió sucesivamente en Zush y en Evru) y con Fried, un chico a quien le gustaba Andy Warhol y que poco después se suicidó. Jordi Galí expuso telas muy grandes donde se podían ver unas siluetas de mujer que chorreaban pintura, unas siluetas seriadas rodeadas de intestinos (eso que Luis Gordillo hizo después de forma tan poco interesante y tan académica), realizadas con una plasticidad y una elegancia estraordinarias.

Albert Porta expuso unos objetos fetiche hechos con yeso teñidos de un color rosado bastante angustiante y que es una lástima que no hayan sido incluidos en las exposiciones antológicas que le han sido dedicadas últimamente. Porta expuso también unas pinturas, entre naïf y psicodélicas, que presagiaban la estética que después pondrían de moda los dibujantes que crearon Yellow Submarine. Lo más importante de todo ello, sin embargo, no ocurrió en las galerías de arte, sino en la calle Escultor Clarasó, número 4, domicilio de Jordi Galí y Silvia Gubern. En su casa, la pareja de artistas selló las ventanas, colocó moqueta de color negro en el suelo y pintó las paredes también de negro. La única iluminación provenía de unos neones de luz ultravioleta (este lugar puede ser visto en la foto Primera Mort que nos hizo Antoni Bernad).

La casa de Galí y Gubern se convirtió en un laboratorio de ideas que se quemaban a todo gas, a una velocidad tal que nunca llegaban a ver la luz. Escuchábamos música pop y también Bach, Telemann y Purcell. Fumábamos hierba y tomábamos ácidos. Ciclostilábamos propaganda antifranquista sin dejar de leer a Wiliam Burroughs y a Proust. Practicábamos todo tipo de infidelidades conyugales y redactábamos manifiestos. Empezamos a hablar de homosexualidad sin rubor.

En el sótano de esta casa Albert Porta tenía su estudio, una habitación completamente cubierta de fotos porno. Àngel Jové, que de vez en cuando también se instalaba en la casa, no hacía el más mínimo esfuerzo por abrir la boca y yo, mientras intentaba perfilar un camino propio, hacía de canguro a Samuel, el hijo de la pareja.

Desde esta casa ejercíamos una cierta autoridad y recibíamos a todas las personas que llegaban allí atraídas por la curiosidad que generaba el glamour que practicábamos. Jordi Galí fue la primera persona en toda Barcelona en llevar el pelo largo. Circulaba en una Norton, una moto imponente. Iba a Bocaccio cada noche y destrozaba el corazón de hombres. Silvia Gubern, antes de que se inclinara hacía lo folk, lucía una escandalosa minifalda. Albert Porta acabó en el frenopático por fumar marihuana. Àngel Jové, con una cámara de ocho milímetros, se filmaba a sí mismo estrangulando gallinas y yo hacía arte pobre.

En general la pintura pop catalana tuvo más simpatía por el pop británico que por el pop norteamericano. Hamilton, Hockney, Jones, Kitaj y Philips fueron artistas muy apreciados en Catalunya. De Warhol sentíamos sobre todo la atracción de las películas.



ANTONI LLENA


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LA CATALUNYA YE-YE


Eran unos grupos ‘modernos’ de flequillo largo
que cantaban en catalán a ritmo de los sesenta,
y con el tiempo resultaron ser la parte olvidada –la contribución pop–
de Concèntric, mítico sello de la cançó catalana.
Fueron unos grupos muy pop, atemporales, caducos,
muy naif, modernos, extraños, y llenos de color.


Nacieron en 1965 por obra y gracia del fundador de Edigsa,
Armengol Passola, quien apostó en los sesenta
por un incipiente pop en catalán. Su trayectoria terminaría en 1972.



A fuerza de excavar, con el paso de los años han ido saliendo a la superficie los vestigios pop de nuestra paupérrima y franquista década de los 60. Pues así como en Europa reinaba el abrazo impúdico a todas las formas de british invasion, en la península se fomentaba el folklorismo y el rechazo a cualquier cosa que oliera a joven. Por ello, las primeras manifestaciones de cultura pop fueron débiles y minoritarias, aunque (eso sí) bravas y echadas-palante.

De sobras conocidos son los grupos de los sesenta que cantaron en castellano, inglés o una mezcla surreal de los dos; Cheyenes, Salvajes o Íberos fueron pequeños islotes de cordura y anglofilia en medio de una acequia en plena descomposición.

Los grupos pop que cantaron en catalán, sin embargo, y especialmente los de la casa Concèntric, tienden a ser menos conocidos. Hay que reconocer que ese olvido tiene una parte de lógica, pues las primeras bandas pop del sello no andaban precisamente sobradas de carisma y talento; tal vez por ello sus discos han pasado a la historia como perfectos artefactos pop: atemporales y caducos a la vez, naif, modernos, extraños, llenos de color.

Concèntric nació en 1965 por obra y gracia del fundador de Edigsa, el señor Armengol Passola. Viendo que la refinada chanson catalane de la casa se dirigía sólo a sectores muy concretos de la población, y temiendo una catástrofe idiomática irreparable, aquel enérgico empresario abrió el club La Cova del Drac, lanzó el concepto de Tuset Street -el famoso Carnaby St. a la Barcelonesa- y quiso culminar el proceso con un sello discográfico joven, avanzado y que diera cabida a un movimiento cultural autosuficiente.

Así, Concèntric dividió sus lanzamientos en tres estilos musicales distintos: En primer lugar la Cançó, cuyo significado y alcance no nos corresponde describir; tan sólo puntualizar que en Concèntric dieron sus primeros pasos los nombres mayores (Llach, Mª del Mar Bonet, etc.) y los menores (Guillem d'Efak, Dolors Lafitte...).

En segundo lugar los estándares, cantantes ligeros sin la carga folk de los anteriores y que hacían versiones de otros cantantes ligeros. Todo muy ligero, ya ven. Entre ellos estaban Lita Torelló, Francesc Heredero o Tony Vilaplana.

En medio, y en un lugar imposible de describir, están los discos que no pertenecen a ningún grupo, como el de la Tuna de la Facultat de Dret, el hilarante spoken word didáctico de Así Se Pronuncia El Catalán, los discos para niños y rarezas semejantes.

Finalmente están los que de verdad nos interesan en este artículo: los grupos pop. Al respecto de estos, la labor de Armengol Passola (junto a Roser Domingo y Josep Mª Espinàs) se asemeja a la de los managers británicos que ensamblaban a grupos artificiales con la esperanza de que se hicieran famosos. Excepto en una cosa, por supuesto: Passola actuaba empujado por la conciencia política, no por amor al vil metal.

Los grupos que caían en el área de influencia de Concèntric solían ser grupos de barrio, con nombres olvidables y pocas aspiraciones. Una vez en la discográfica se los bautizaba glamurosamente y se les ofrecía un repertorio actual, con letras en catalán que adaptaba Ramón Folch i Camarassa.

Así, Concèntric no fabricaba a sus bandas a base de piezas dispares, como si fuesen unos Monkees autóctonos, pero sí los barnizaba con vistas a ofrecer una plantilla homogénea. Y (hemos de insistir) esta feinada se realizaba por motivos políticos, nunca por dinero; de hecho, Concèntric perdió dinero en casi todos sus lanzamientos pop.

Los grupos que formaban parte de este apartado eran básicamente cinco: Els Dracs, buque insignia de la casa, apodados así en honor del club de Tuset; provenían de Molins de Rei y tuvieron lo más cercano a un hit que alcanzó a rozar Concèntric con su versión de La Casa Del Sol Naixent de los Animals. De hecho, el grupo inglés parecía ser su debilidad, pues de ellos también adaptaron It's My Life (És La Meva Vida) y Don't Let Me Be Misunderstood (Comprensió), aunque no les hacían ascos a Donovan o los Yardbirds.

En segundo lugar estaban Eurogrup, un grupo de Barcelona del que Roser Domingo recuerda que “no eran demasiado simpáticos”. Tal vez por ello sus discos eran los más afilados: con sus versiones de James Brown y Allen Touissant (la brillante Què Passa Amb Els Duros?), sus camisetas pop art y su logo psicodélico, Eurogrup eran sin duda los avanzados de la casa.

Finalmente estaban Els Drums, Els Xocs y The Bonds, prácticamente idénticos y de los que los antiguos responsables del sello recuerdan poco: les puso nombre Espinàs y hacían versiones de Beatles, Rolling Stones (Tot Negre dels Xocs, por ejemplo) o Kinks.

Al menos uno de ellos (The Bonds) era el grupo de estudio de Edigsa y Concèntric; de hecho, Roser Domingo recuerda que “eran tan buenos que eran muy aburridos, ni tan solo pegaban algún aullido de vez en cuando”.

En una división distinta dentro de la cara pop de Concèntric habitaban los progresivos, claro; los dos Dioptría de Pau Riba, el legendario EP Miniatura (con Albert Batiste, Cachas, Sisa y el propio Riba) y el single en inglés de Joe Skladzien (de OM) eran los raros del asunto.

Pero desafortunadamente Concèntric no duró mucho más. Su trayectoria terminaría en 1972, dejando a los coleccionistas de pop sumidos en la más amarga de las paradojas: alegría por disponer de un catálogo limitado y pena porque aquella producción musical única acabara sin dar lugar a aún más grupos vistosos.



KIKO AMAT